Rescatamos de nuestros archivos una entrevista publicada el 17 de diciembre de 2006 en La Nación Domingo, donde los destacados historiadores Alfredo Jocelyn-Holt y Gabriel Salazar conversan sobre la figura histórica de Augusto Pinochet, a pocos días de su muerte.
Por Mirko Macari
Convertido en cenizas el general, La Nación sentó a la mesa al Premio Nacional 2006 de esta disciplina con uno de los académicos y polemistas más rudos de la plaza. Tomamos tecito en tazas de porcelana y comimos pan de Pascua gracias a la hospitalidad de Alfredo, mientras las palabras desenterraban los símbolos, las implicancias y reverberaciones profundas que hay entorno a este personaje que se resiste a morir con su cuerpo. Un pequeño aquelarre analítico sin concesiones. Un ejercicio dialéctico que funde el pasado, presente y futuro de nuestra sociedad con la secreta esperanza de exorcizar la más mínima posibilidad de que la historia vuelva a repetirse, tal como en el mito del eterno retorno.
Descorcharon champagne el domingo?
A.J.H. Yo no, en todo caso cuando se descorcha champagne no se descorcha sólo la botella sino también los ánimos. No soy muy festivo en general, lo fui para el plebiscito del ‘88 aunque no estaba inscrito y no voté. Pero entiendo la reacción y tampoco soy tan beato de considerar que eso fuese reprochable. El general Pinochet generaba ánimos muy primitivos y sumamente odiosos. Ahora, que fuera champagne indica que el país se ha vuelto más sofisticado (risas).
G.S. De casualidad estaba toda mi familia reunida cuando alguien llamó por teléfono anunciando la muerte de Pinochet, y bueno, una nuera nuestra que es muy festiva pegó un grito, y vamos descorchando champagne. Tomé, pero no reaccione festivamente, para mí hace mucho tiempo que el problema no es Pinochet, es algo más complejo y profundo que una persona que no tenía las capacidades necesarias para hacer todo lo que efectivamente ocurrió.
Cuál fue el primer pensamiento que tuvieron?
G.S. En mi caso fue decir qué lástima, porque sabía que había cuatro condenas ad portas, algunas para antes de fin de año.
A.J.H. Yo vengo diciendo hace mucho tiempo que Pinochet iba a morir impune y esto lo ha confirmado, pero son las confirmaciones que uno no espera que se produzcan. Así como Gabriel tenía esa información, supongo que también la tendría Pablo Rodríguez y habría hecho todo para postergar o evitar la condena. Digamos que se me produjo una sonrisa semiseria, por la dimensión de la impunidad. Como hago clases en Derecho entiendo que no es lo mismo una persona sea procesada, acusada, desaforada, a que sea un condenado con sentencia ejecutoriada.
De dónde venía ese premonición de que Pinochet moriría en la impunidad?
A.J.H. De que la transición es un proceso negociado, pactado. La Concertación no habría accedido al Gobierno si no hubiese habido una transacción donde uno de los componentes fue el seguro de vida judicial de Pinochet. Esto ocurrió con los Pinocheques y luego con la traída desde Londres. Sabemos que han existido presiones desde el Poder Ejecutivo hacia el Judicial, en el gobierno de Lagos especialmente. El Poder Judicial fue servil toda la dictadura y eso es muy lento de cambiar. Pero desde el momento en que Pinochet es impune, tenemos que hacernos cargo de la institucionalidad que permitió esa impunidad.
G.S. Yo sentía que Pinochet iba a permanecer impune porque la permanencia del sistema requería su impunidad, era condición sine qua non. Y en eso podían comulgar los pinochetistas como los que hoy día están administrando el sistema, por eso era muy previsible que terminara impune.
-¿Nunca hubiera sido posible un juicio con condena entonces?
A.J.H. Esa posibilidad existió, iba a ser trasladado a España y se pudo establecer una Corte Internacional que diera garantías al Estado chileno, con jueces chilenos incluso.
Entonces es el mismo Estado chileno el que asegura la impunidad de Pinochet?
G.S. Es que si Pinochet hubiera sido condenado habría quedado una mancha indeleble que hacía muy escasa la posibilidad de mantener la legitimidad del modelo.
-¿Cuál era entonces la importancia histórica y simbólica de haber condenado a Pinochet en Europa?
A.J.H. Siempre he postulado que el que no hayamos condenado a la Quintrala es la razón por la cual tuvimos a Pinochet. La Quintrala, una mujer poderosa del siglo XVII contra la cual se iniciaron muchas acciones por crímenes y abusos, y que terminó impune. Se convirtió en un personaje mítico y hay una imagen que recoge Vicuña Mackenna que es muy notable donde ella está sostenida de un pelo en las puertas del infierno. El hecho de que no fuese condenada permitió que con Pinochet –la otra encarnación del poder total- ocurriese algo similar. La condena era importante pues entonces en el futuro podemos volver a tener una repetición.
G.S. De haberse dado una condena internacional el daño que se habría hecho a la figura de Pinochet para la posteridad habría sido irreparable, y al poder judicial también.
A.J.H. Claro, reparaba una falta de nuestra institucionalidad.
G.S. Para mí hubo una condena internacional previa de la que no se habla mucho, y es que el capital financiero internacional no invirtió en Chile en la época de Pinochet, y eso que todo el modelo era para que llegara la inversión extranjera, inversión que llega después del 90. Un segundo castigo hubiera sido lapidario para él y para su régimen.
-Alfredo, tu interpretaste el golpe de Estado del ’73 como el momento en que el patrón le entrega el fundo al capataz. ¿Cómo se han portado los patrones con el capataz en su entierro final? El único que se vio en la Escuela Militar fue Ricardo Claro.
A.J.H.También fueron Wolf von Appen y Paulmann…
G.S. Y sacaron una declaración pública la Sofofa y la CPC.
A.J.H. La izquierda tiene una doble faceta: movimientos sociales y partidos políticos. A su vez la derecha tiene partidos y el empresariado fáctico. RN y la UDI le deben a Pinochet su existencia, pues les otorga un piso que se ha mantenido incólume en alrededor del 40 por ciento del electorado. A su vez el empresariado es muy flexible, puede hacer alianzas con el Gobierno financiando las campañas del oficialismo, o en el caso de Lagos amándolo, sin embargo los empresarios le exigen a RN y la UDI mantener el voto duro a efectos de contrapesar el asunto si los gobiernos de la Concertación se ponen izquierdosos. Esto es para cautelar el proceso político y que no se hagan investigaciones que busquen responsabilidad de esos sectores que profitaron del régimen y fueron cómplices de la dictadura. Eso no es menor.
El 40 por ciento es un techo? ¿superarlo implica en el fondo desequilibrar un sistema donde el Estado es de la Concertación?
G.S. Ese 40 por ciento fue el que impuso a la mayoría el modelo dominante, y en eso fueron clave las Fuerzas Armadas. Eso revela la debilidad de los roles que juega la derecha política y la económica, porque ambos son dependientes del juego de fondo que han hecho los militares. Para mí el maestro constructor del Estado, del tipo de mercado que ha regido la economía chilena y del tipo de sociedad que vivimos, han sido las Fuerzas Armadas. Han intervenido una y otra vez en la misma línea: se han amarrado al capital extranjero, han buscado la asociación con los grandes poderes del capitalismo mundial, Inglaterra primero y después Estados Unidos, y en esa medida el eje central de la construcción del modelo chileno es la alianza Fuerzas Armadas-capital extranjero, que esta vez funcionó a la perfección porque fue asesorada desde fuera por técnicos económicos que nunca tuvo la derecha chilena. Pero más tarde o más temprano el otro 60 por ciento va a evolucionar en el sentido de cuestionar un sistema que ellos no crearon y cuyo origen es un genocidio. Y se va a cuestionar a este pseudo prócer de la patria, que sectores de derecha han erigido en el gran modernizador purificando su figura e ignorando el lado oscuro. Justamente, es un consenso de la elite que Pinochet es el padre, más que del modelo, de la modernización del país. Eso es una racionalidad histórica potente de los grupos dirigentes.
A.J.H. Es que es un discurso panfletario, no es serio sostener que Pinochet es el gran modernizador porque supone sostener que la modernización es de carácter faústica: se vende el alma al diablo. Es como cuando se dice que Mussolini hacía andar los trenes a la hora, o que Hitler era un gran constructor de carreteras, eso es gravísimo. No es una justificación la capacidad exportadora de Chile pasando a llevar abusos sistemáticos como política de Estado. En ese sentido los legatarios de Pinochet en última instancia son los gobiernos de la Concertación, que han funcionado cómoda e incómodamente al interior de la institucionalidad económica y política, y han sido testaferros de eso. Pero más grave que eso es haber sido legatarios de la concepción de poder, un poder brutal que en aras de la modernización permite los abusos. Esto ha sido muy propio de algunos sectores de la Concertación, en particular los Mapu. Hay una cierta traición que ellos hacen de su línea revolucionaria, no se convierten al neoliberalismo, traicionan sus antiguos principios y se rigen por un modelo de traición que es Pinochet, que traicionó al general Prats, a Allende, a Orlando Letelier y a Tohá. Ese es un poder nihilista.
-Pero antes de ser de izquierda los Mapu son la elite del país. A lo más hay un desvío ideológico adolescente.
G.S. Sí, son élites más que izquierda. Ahora decir que Pinochet es el padre de la modernización es incurrir en un juicio de lesa historia. La modernización en Chile es un proceso que tiene 140 años, podemos mencionar la prusianisación del Ejército, la misión Kemmerer que viene en las postrimerías del gobierno de Jorge Alessandri, todas las políticas de la Corfo inspiradas en el keynesianismo y la Cepal. La llamada modernización liberal viene de la Escuela de Chicago, incluso el plan de modernización para Chile fue diseñado por los primeros profesores que envió Chicago a la Universidad Católica, donde se destacó Tom Baylis, quien hizo un estudio que concluyó que el desarrollo capitalista en Chile era imposible, y la razón radicaba en el sistema previsional existente. Por tanto concluye que había que remplazar ese sistema por otro que no tuviera costo para el capital, José Piñera no inventó nada nuevo. El único mercado de capitales que hay en Chile lo proporcionan las AFPs y las isapres, que son otra manera de obtener plusvalía.
-Es cómo la sofisticación del capitalismo.
G.S. Pinochet no ha modernizado nada, lo único que ha hecho es matar gente para que las modernizaciones sean posibles, pero modernizaciones que planearon otros. Tiene el mérito represivo, sí.
A.J.H. Es un modelo internacional en todo caso, que se aplica en Chile como lugar de laboratorio.
-Se ha hablado mucho de Pinochet en estos días, pero muy poco de otro de los arquitectos del sistema, que es Jaime Guzmán.
A.J.H. Jaime Guzmán es clave, puntualmente porque es el artífice de una lógica constitucional que termina por anular la Constitución. Una constitución que se rige por la razón de Estado, que es la que se usa cuando el Estado no tiene la razón. Hoy la Constitución ha sido reformada pero todavía se mantienen las disposiciones sobre Seguridad Nacional, no conozco otra constitución que tenga identificación con una ideología de la inteligencia militar. Guzmán también es clave porque sus lógicas corporativistas lo llevan a hacer modificaciones al neoliberalismo, y eso es un pauteo ideológico al interior de la derecha.
G.S. Es notable que de todas las declaraciones de los hombres de Pinochet nadie ha mencionado a los artífices de la nueva sociedad y Estado chilenos, yo no he escuchado a nadie nombrar a Jaime Guzmán, Carlos Cáceres, Hernán Büchi, Sergio de Castro. No hay mención a los verdaderos cerebros ni a que el conjunto de las Fuerzas Armadas se involucró en esto, en tareas sucias y simbólicas. Todo se encarna en Pinochet, es muy curioso que tipos de la talla de Büchi se inmolen ante la figura de Pinochet, en lo que para mí es un rito fascista, entregarle todo al Führer, ‘yo lo hice pero en el fondo lo hace él’.
A.J.H. Es una figura totémica y este tótem es una figura muy ambigua de culpabilidad e inocencia que atrae toda la tirria, todo el odio, y lo transforma en un chivo expiatorio. Lo sacan de las lógicas normales con las cuales nosotros juzgamos a los humanos, por un lado sirve de pararrayos para todo el odio y todo el aplauso, y lo mueven a otra esfera donde no puede ser objeto de un análisis sensato y racional, y en ese sentido se transforma en una figura mítica. Está en una especie de inmortalidad, es un semi dios, y eso es inaceptable, porque ahí los historiadores no tenemos nada que hacer y entran a tallar entonces los chamanes, los curas.
G.S. La mitificación de Pinochet en el gran héroe, en el tata de la historia de Chile, implica una negación absoluta del sentido de ciudadanía. La ciudadanía es incompatible con este señor que absorbe la soberanía.
Pinochet sigue gobernando
G.S. ¿Qué habría sido de Pinochet sin el poder de fuego de las Fuerzas Armadas? Habría sido el hombre que no tuvo buenas notas en el colegio, que tuvo dificultades para entrar a la Escuela Militar, que no destacó por su inteligencia, basta leer las citas de “El Mercurio” para darse cuenta que a lo más es cazurro.
A.J.H. Estoy de acuerdo hasta cierto punto porque lo que es absolutamente notable es como él mantiene el poder. Es más que astucia, es una sensación elemental y muy primitiva para mantenerse. Es la tercera reforma expropiatoria en la historia: la primera fue cuando se remataron las propiedades jesuitas, la segunda fue la Reforma Agraria y la tercera cuando Pinochet expropió la soberanía. Eso augura que puede haber expropiaciones en el futuro.
-¿No resulta muy cómo para la clase política haber transformado a Pinochet en un mito, lo que les permite dialogar civilizadamente entre ellos mientras las cenizas del general cargan con todas las culpas?
A.J.H. En todo caso la Concertación ha tenido mucha más habilidad en manejar la figura de Pinochet, por un lado se maneja dentro se su institucionalidad política y económica, pero por otra saca dividendos electorales con la figura negativa de Pinochet. Tú dices lo de las cenizas pero no estoy tan seguro, no me sorprendería que en 10 o 20 años aparezca el cadáver de Pinochet, y no estoy hablando metafóricamente. A mí me pareció muy momificado, el día de mañana lo pueden hacer resucitar para que sí se hagan honores de Estado. Este país tiene una tendencia que hace sospechar eso, los cadáveres se entierran y desentierran permanentemente.
G.S. Los dictadores tienden a heroificarse 30 ó 40 años después, pasó con O’Higgins, con Portales, pasó con Alessandri y a lo mejor pasa con Pinochet. Respecto a la Concertación, yo la llamaría el capataz afuerino, que entró a administrar el fundo del patrón, aunque ni siquiera pensaba como él. Eso la convierte en un mero administrador del negocio de otro, y esa una limitación tremenda en todo sentido.
A.J.H. Eso muestra la irresponsabilidad histórica del grupo hacendal, que renuncia frente a su capataz. Si la derecha era el dueño de este país, y creo que en parte lo era, no se le entrega al capataz el fundo a menos que estuvieran aterrados.
-Eso desmiente la tesis de que le elite chilena ha sido la única responsable de América Latina en la conducción del Estado.
A.J.H. No lo desmiente, lo relativiza, porque a pesar de la dictadura militar la derecha se sigue representando en partidos políticos, lo que no ocurre en Argentina por ejemplo. Y eso ocurre porque se mantiene la alianza entre civiles y militares en torno al presidencialismo.
-¿Cúal es la verdadera dimensión histórica de este hecho?
G.S. Pinochet ya no importa, lo que interesa es el sistema que él dejó. Estamos frente a la argucia de que al condenar a Pinochet, más salvamos su obra, y en ese sentido yo estoy más preocupado de enjuiciar la obra, hacer la disección del sistema, de lo que tiene de positivo en la superficie como dice el PNUD, y del malestar interior que corroe a los chilenos por todas partes.
A.J.H. Es que tenemos que pensar otro modelo, sino estaríamos ante el absurdo de que con el neoliberalismo se acaba la historia. Esta idea del juicio histórico es un intento del establishment de entregarnos a nosotros el muertito y eso es inaceptable, el juicio histórico no precluye al juicio por las instancias correspondientes, que son los tribunales de justicia. Ojo, los cómplices de Pinochet no han muerto, por lo tanto pueden ser sometidos a juicios pendientes. En historia existen cosas como la revisión, los nacionalistas chilenos reivindicaron la figura de Portales, por ejemplo, nada impide que se reivindique la figura de Pinochet, tanto en un sentido político ideológico como historiográfico, pues la historia siempre es interpretación. El tribunal de justicia último no es el juicio histórico, de modo que tampoco podemos entregarle el muertito a un dios supremo, vivimos en un mundo antropocéntrico y tenemos que hacernos cargo en vida de los actos criminales.
G.S. Una cosa es el juicio historiográfico, y otra el juicio de la historia propiamente tal, que a mi modo de ver es el juicio de los ciudadanos. Hay que tomar en cuenta que numerosas encuestas serias que no son de izquierda, como la de Universidad Diego Portales, un estudio de “El Mercurio Opina” y otro de “Genera”, coinciden en lo siguiente: Aproximadamente el 90 por ciento de la ciudadanía desconfía de la actual institucionalidad política, muy particularmente del Congreso, los tribunales y partidos políticos, eso independientemente de que los grandes parámetros económicos estén óptimos. Si eso está ocurriendo la cuestión es muy seria, y eso me mueve más a estudiar el sistema que al cadáver que ya deber ir por el purgatorio, espero.
-En ese sentido el triunfo de Bachelet marcó un quiebre de estas lógicas políticas deslegitimadas, con una demanda de cambio muy poderosa.
A.J.H. Pero hay otros elementos que los historiadores diagnosticamos y que son sintomáticos, como la resistencia frente a las formas de representación política que vimos por ejemplo en la movilización estudiantil. También lo podemos ver en el alto índice de problemas psicosociales como consumo de drogas, violencia intrafamiliar. Eso demuestra que no hay control de parte de la institucionalidad, que el orden es muy débil. Y eso tiene que ver con el legado de Pinochet y su administración. La señora Bachelet puede querer acoger estas demandas en el sistema, pero qué libertad tiene la Presidenta frente a disposiciones que son de orden institucional, constitucional y al pauteo internacional de los imperios donde funcionamos.
O sea lo que está en el trasfondo es el conflicto entre la elite, que ha legitimado el sistema y las modernizaciones, versus la ciudadanía que no las asume plenamente?
A.J.H. Y que se traduce en una deslegitimación de la institucionalidad, cuyas consecuencias aún están pendientes. Puntos suspensivos.
G.S. Estoy de acuerdo en que la Presidenta interpretó su triunfo como una ruptura con las pautas tradicionales de la política, pero una cosa es obtener ese apoyo de la ciudadanía, y otra muy distinta gobernar con la ciudadanía. La ciudadanía en definitiva quiere soberanía. Ella, aunque eso lo siente y lo percibe, está atada de manos, porque todo el espectro político que la apoya es tradicional, organizado en partidos a la antigua, y muchos de ellos están medrando para obtener recursos, cargos y figuración. La ciudadanía demanda una moralización de la política.
-En ese sentido ¿el régimen de Pinochet no ha terminado?
G.S. Incluso sigue violando derechos humanos, ya no matando gente, pero sí liquidándolos subjetivamente por el lado del empleo precario, por el lado de las dificultades de tener un futuro de salud, un futuro de educación. Es una tortura interna. Esta semana por ejemplo una señora muere en la droga porque no encontraba salida a su vida, y muere también su hijo de hambre porque queda solo. Es un caso aislado y particular, pero es simbólico. Eso lo produce el sistema neoliberal, alguien de derecha diría que su opción inmoral la lleva a eso.
A.J.H. Estamos hablando de personas y sectores hipersensibles y carentes de todo poder, con la contraposición grave de que Pinochet tuvo el poder total.
Entonces es un mito que acabó el régimen de Pinochet?
G.S. La obra maestra de un dictador es construir un sistema por la violencia y una vez que lo construye sacar una ley que lo perpetúe, independientemente que a ellos como personas los condenen o no. Lo importante es que la ley asegure la permanencia del sistema, y en esa medida Pinochet sigue gobernando.
Con la muerte de Pinochet no muere también una generación marcada por la Guerra Fría cediendo paso a nuevas generaciones que se alimentan de otros paradigmas?
A.J.H. Sí y no, porque nosotros sabemos que existen tiempos largos en los que los fenómenos del pasado se mantienen latentes. A mí no termina de llamarme la atención en esta última pasada lo que ocurre en el Ejército. El Ejército no está reconciliado consigo mismo, tiene una historia de violencia con dos comandantes en jefe asesinados desde el interior de la institución, y hemos visto en este funeral tan simbólico el caso de un nieto de Pinochet que lo defiende públicamente, y un nieto del general Prats que escupe sobre el ataúd, y estamos hablando de la tercera generación.
-Pero porque están familiarmente comprometidos ¿o no?
A.J.H. Ellos son representativos de su familia, de su historia, del Ejército y también de su grupo etario. Hemos visto el caso de generaciones posteriores de detenidos desaparecidos y que mantienen una memoria leal viva, por lo tanto hay proyecciones desde el pasado a la actualidad.
G.S. Estoy de acuerdo: hay instancias, instituciones, poderes y lógicas que permanecen a lo largo de toda la historia de Chile, y el Ejército sin lugar a dudas es una de ellas. Las Fuerzas Armadas siempre han mantenido su unidad de mando, siempre han intervenido los movimientos ciudadanos para imponer un orden como ellos lo llaman, que es librecambista en última instancia y además autoritario en la forma que se impone. Siempre han intervenido de la misma manera, y siempre han derrotado a los mismos, este 60 por ciento de pipiolos por no llamarlos humanoides como diría Merino. Lo que ha cambiado es la forma en que los pipiolos reaccionamos frente a esta dominación, porque subversión o los proyectos revolucionarios han sido derrotados una y otra vez. Esto nos obliga a inventar nuevas cosas, porque el marxismo vulgar, leninista y centralista, fue derrotado terriblemente. Hoy día la juventud busca nuevos estilos, hay una nueva cultura contestataria, y eso es lo que se ve…
Eso fue lo que salió a la calle el domingo en la tarde?
G.S. No solo eso. Las culturas identitarias que surgen después de una gran derrota demoran mucho en construir un proyecto político, pero estamos en esa. No revientan al tiro, pero hay que ver qué está pasando hoy en los colectivos universitarios, en los grupos callejeros, dentro de las barras bravas y los grupos rockeros, en todas estas identidades juveniles que no están ni ahí con el sistema, que no se inscriben, que no están ni ahí con la Concertación y están buscando su propia expresión. Uno puede leer en la historia que estos movimientos rebeldes han empezado por ahí, pequeños cánticos de identidad muy escondidos. No estando el marxismo, el “Che” Guevara y la Unión Soviética hay algo inédito, y eso es lo que temen los medios tradicionales de prensa como El Mercurio que ven aquí anarquismo, subversión y desorden. A la ciudadanía siempre le han cortado su posibilidad de construir Estado y ha tenido que auto educarse al margen del sistema para intentar resistir al Estado que le imponen y construir el que quiere. Esa auto educación marginal es la que se ve hoy día por todas partes en la juventud y apunta a construir poder ciudadano. Entonces si bien permanecen tendencias de larga duración, las respuestas son distintas.
A.J.H. Hay contradicciones también al interior de la institucionalidad y en el propio Ejército. A muchos se les impartió órdenes de eliminar a compañeros de armas, está por verse si la muerte de Pinochet va a permitir que al interior de las Fuerzas Armadas se hable de estos temas y que los oficiales que fueron victimarios hablen de las órdenes que se impartieron.
-Que se rompa el silencio entendido como lealtad.
A.J.H. Un silencio mafioso, que nosotros tengamos un Ejército mafioso es inaceptable para la institucionalidad. No podemos tener omertá en nuestro Ejército, y la tenemos.
G.S. A mí me llama la atención de Pinochet su silencio absoluto, que haya deslindado todas las responsabilidades en los segundos y terceros mandos. Eso me parece una terrible cobardía.
-¿Habla de su miseria como ser humano?
G.S. Habla de la escasa nobleza de este personaje al que quieren convertir en héroe de la nación.
-Además tuvo la oportunidad de pegarse un balazo en Londres y entrar a la historia por la puerta ancha, o de enfrentar públicamente un juicio y obligar a discutir las causas del golpe.
A.J.H. La irresponsabilidad grave es diluir la responsabilidad, y esta es una operación doble: Pinochet se la carga a todos los demás, no la asume en sí mismo, y a su vez todos los demás se la atribuyen a un Pinochet que muere entre comillas.
G.S. Y que no se suicida por unos milloncitos de dólares.
A.J.H. Lo que está en juego en el Ejército es que nosotros como sociedad entregamos el monopolio de las armas, y la pregunta es si se las entregamos a grupos corporativos que actúan irresponsablemente. Respecto a este personaje que terminó escudándose en la demencia para exculparse ante los tribunales, esconde una profunda deshumanización. Pinochet era odioso porque no dio señales nunca de que tenía un trasfondo humano, y entonces no se puede exigir que le tengamos respeto cuando él mismo se deshumanizó.